Los mercados de abastos, han constituido durante años, los espacios de intercambio comercial en nuestra ciudades.
Han sido conocidos como las plazas de los pueblos, barrios y ciudades.
Eran los sitios de reunión, donde acudían los pequeños productores, para vender sus productos alimentarios frescos, estableciendo una conexión directa entre éstos y los consumidores finales. Con el tiempo esta situación derivó en la generación de pequeños distribuidores, comerciantes minoristas que mantenían la relación directa con el productor y su cliente.
El mercado de la Cebada, a principios de siglo XX.
“la diversidad comercial es, en sí misma, de una enorme importancia para las ciudades, tanto social como económicamente. la mayoría de los usos de la diversidad a los que me refería en la primera parte del libro [aceras concurridas, parques vivos, barriadas no degradadas] dependen directa o indirectamente de la presencia de un comercio urbano abundante, cómodo y diverso. no obstante, siempre que descubramos un distrito urbano con una variedad exuberante de comercios, también descubriremos una amplia gama de otros tipos de diversidad, como oportunidades culturales de diferentes clases, variedad de escenarios y ambientes, y, sobre todo, una gran variedad de personas y usuarios. esto es algo más que un simple coincidencia. las condiciones físicas y económicas que generan la diversidad comercial están íntimamente ligadas, al mismo tiempo, a la producción, o a la presencia, de otras clases de variedad urbana”. ‘muerte y vida de las grandes ciudades”, jane jacobs.
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